Recibida con confianza por la buena marcha de la campaña de vacunación, incluso con un deje de indolencia por algunos sectores debido a la juventud de los primeros afectados, la quinta ola ha vuelto a demostrar los peligros de subestimar al coronavirus. Los 144 fallecimientos notificados por el Ministerio de Sanidad este miércoles son el peor registro desde el pasado mes de mayo y auguran un reguero de malas noticias durante las próximas semanas en un momento en el que el balance de fallecidos de este nuevo rebrote epidémico ya ha superado los 1.800.
Las personas inmunodeprimidas son en esta ocasión el grupo entre el que se están registrando más muertes, según todas las fuentes consultadas. Los mayores de 70 años siguen representando la mayor parte de los fallecidos en este rebrote, un 76% del total, porcentaje significativamente menor que el 84% que representaron en las tres olas anteriores. La mayoría de ellos están vacunados —la tasa roza el 100% entre los mayores de 80 años y supera el 97% entre los septuagenarios—, pero su delicado sistema inmunitario les sigue haciendo vulnerables al virus.
José Miguel Cisneros, jefe de enfermedades infecciosas del Hospital Virgen del Rocío (Sevilla), lamenta que “mientras los fallecimientos caían entre el resto de grupos, los inmunodeprimidos han seguido registrando tasas de mortalidad muy elevadas. Son el grupo más golpeado por la quinta ola”.
Pocos esperaban a esta altura de la pandemia, sin embargo, cifras tan elevadas de fallecimientos. Y, pese a ellas, los responsables de los grandes hospitales dan gracias cada día a las elevadísimas tasas de cobertura vacunal entre los grupos más vulnerables. “Sin las vacunas, esto hubiera sido una tragedia. Hubiéramos vivido un colapso como el de marzo de 2020″, resume Cisneros. “Sin ellas estaríamos viviendo una masacre, una hecatombe”, dice Federico García, jefe de microbiología del Hospital San Cecilio (Granada).
Desde el pasado 23 de junio, cuando la curva de contagios empezó a girar hacia arriba, España ha diagnosticado 946.000 casos de covid y registrado 1.847 fallecimientos, según el balance de datos diarios que ofrece Sanidad (que presenta ciertos retrasos de notificación). Esto supone exactamente el 20% de los positivos registrados en toda la pandemia, pero apenas el 2,2% de los fallecidos desde marzo de 2020.
“La protección que han dado las vacunas a la mayoría de los colectivos vulnerables ha sido crucial. Han reducido las infecciones, pero también los casos graves que han requerido hospitalización y, en último término, los fallecimientos”, explica García.
No todos han podido beneficiarse, sin embargo, de las vacunas de la misma forma. José Luis Alfonso, jefe de medicina preventiva en el Hospital General de Valencia, sitúa a las personas inmunodeprimidas como las más golpeadas en esta quinta ola. “La efectividad de la vacuna en estos pacientes es mucho menor. Tienen tasas de anticuerpos mucho más reducidas que el resto de la población y tampoco desarrollan inmunidad celular”, detalla.
Este grupo está formado principalmente por personas enfermas de cáncer, trasplantados o afectados por enfermedades autoinmunes. Aunque este tipo de dolencias pueden manifestarse en cualquier momento de la vida, su prevalencia aumenta con la edad. Esto hace que los fallecimientos registrados entre este colectivo se distribuyan entre la población de forma parecida a la del resto de muertes causadas por el coronavirus.
Los expertos señalan a otros dos grupos también golpeados en esta quinta ola. El primero es el de personas que solo habían recibido una dosis de la vacuna, especialmente los sexagenarios. Este grupo, al recibir la primera dosis de AstraZeneca, tuvo que esperar en un primer momento cuatro meses para recibir la segunda, aunque posteriormente este plazo se ha reducido a hasta cuatro semanas.
El segundo es el de las embarazadas. “La alta contagiosidad de la variante delta y su circulación entre los grupos más jóvenes ha hecho que las afectara más. La mayoría no se había vacunado por miedo a los efectos secundarios y por no haber sido adecuadamente informadas. Es un grupo en el que los fallecimientos han sido pocos cuantitativamente, pero que siempre son especialmente dolorosos”, relata Cisneros.
Si se compara la edad de los casi 51.000 fallecidos entre el 22 de junio de 2020 y la misma fecha de 2021 —lo que incluye la segunda, tercera y cuarta olas— con los 1.847 de esta quinta se observan algunas diferencias que los expertos atribuyen al efecto de las vacunas, siempre según los datos del Instituto de Salud Carlos III.
Aunque sigan siendo la mayor parte de los fallecidos, los mayores de 70 años han pasado en esta ola a representar el 76% de las muertes, ocho puntos menos que en las tres olas anteriores. Cisneros atribuye este descenso relativo a la menor circulación del virus entre los mayores o a los cuadros menos graves desarrollados por las personas vacunadas.
Los sexagenarios, en cambio, han pasado de representar el 10% de los fallecidos durante la segunda, tercera y cuarta olas al 13% en esta quinta, algo atribuido a que muchos de ellos solo tenían una sola dosis de la vacuna cuando se han infectado en las últimas semanas.
También ha crecido el peso relativo del grupo de 50 a 59 años (del 4% al 6%), de 40 a 49 años (del 1% al 3%) y de los menores de esa franja de edad, aunque en este caso el reducido número de personas fallecidas resta validez a la comparación. “La mortalidad desciende muchísimo con la edad, pero el número de infectados ha sido esta vez tan grande entre los más jóvenes que es lógico que se produzca este incremento si se tiene en cuenta la protección que las vacunas ofrecen a los mayores”, explica Cisneros.
La elevada mortalidad que se mantiene entre los inmunodeprimidos es lo que lleva a muchos expertos a pedir la aplicación de la tercera dosis en este colectivo, algo que ya han empezado a hacer otros países europeos como Francia o ha anunciado que hará Alemania. Aunque la evidencia científica aún no es concluyente sobre los beneficios del tercer pinchazo, los datos actuales y la seguridad demostrada por las vacunas inclinan cada vez más la balanza hacia esta opción.
Alfonso considera que todos los mayores de 55 años también deberían recibir una tercera dosis. “Hay una relación inversa entre la cantidad de anticuerpos y la inmunidad celular en relación con la edad, por eso hay varios países que ya han anunciado que administrarán la tercera dosis o lo están estudiando. Si queremos tener las residencias y la población de mayor riesgo protegidas, deberíamos dar el paso. No es algo tan extraño y en otras enfermedades se administran más dosis. Con la hepatitis b, por ejemplo, llegamos a administrar hasta seis”, concluye este experto.
ElPais