La alianza estratégica de EE UU, Reino Unido y Australia para frenar el expansionismo chino entre la costa este de África y el Pacífico oriental, ha sacudido el tablero internacional. Criticado por Pekín por socavar la paz y la estabilidad regionales, el acuerdo constituye la respuesta más asertiva hasta el momento de la Administración de Joe Biden a China. El consorcio también provoca inquietud por la dotación de submarinos con propulsión nuclear a Australia, para patrullar las aguas del mar de la China Meridional, cuya jurisdicción reclama Pekín. La alianza se conocerá también como Aukus, acrónimo de las iniciales en inglés de Australia, Reino Unido y EE UU.
Una reedición de la Guerra Fría, desplazada hacia Oriente. La consagración definitiva de la “angloesfera”. Trazas de un neocolonialismo incipiente, para contrarrestar el sueño imperial de la Nueva Ruta de la Seda. También la consumación irreversible del Brexit, gracias a una reforzada relación transatlántica que soslaya decididamente a Europa. Son muchas las posibles lecturas del anuncio, el miércoles, de la alianza trilateral de EE UU, Reino Unido y Australia para contrarrestar la pujanza de China en el Pacífico, y todas tienen algo de razón. El golpe en el tablero, con velada amenaza nuclear, transforma considerablemente el statu quo regional.
Tras soltar el último lastre de su política exterior, la guerra eterna de Afganistán, EE UU ha pegado un volantazo definitivo hacia Asia, con el Reino Unido como socio preferente y Australia como reforzado beneficiario, ya que sustituirá su anticuada flota de submarinos por otros de propulsión nuclear con la ayuda de Washington y Londres, en detrimento de la poderosa industria de la defensa de Francia, con quien se había comprometido para renovar la flota. No es una novedad que Washington decida emplear todos los medios disponibles para frenar la ambición expansionista de China -es el primer dictado de la política exterior de la Administración de Biden-, aunque durante el anuncio oficial, en el que los primeros ministros, el británico Boris Johnson y el australiano Scott Morrison, intervinieron virtualmente, ninguno de los tres dirigentes mencionó explícitamente a Pekín. Altos funcionarios estadounidenses insistieron en que el pacto “no se dirige contra ningún país” en concreto, mientras Biden declinaba contestar preguntas sobre el gigante asiático, pero no hacía falta atar cabos.