La malvada madrastra de Blancanieves -la del “espejito, espejito, ¿quién es la más bella?”- sería hoy, si cobrara vida, carne de bisturí. Cuando la belleza se convierte en obsesión y se produce una preocupación excesiva por algún defecto imaginado o real del aspecto físico, entramos en un cuento de pesadilla: el trastorno dismórfico corporal (TDC) o dismorfofobia. O sea, fobia a la fealdad. Psicólogos y psiquiatras alertan de esta enfermedad y del auge de casos subclínicos más leves, en la sociedad de la apariencia, mientras los quirófanos se llenan de personas en busca del ideal de belleza y del mito de la eterna juventud.
“Cuando un paciente es reincidente y te pide corregir cosas que ni siquiera nosotros detectamos, empezamos a estar ante un problema”, admite Vicente Paloma Mora, cirujano plástico del Centro Médico Teknon de Barcelona. Se entra entonces en un situación “muy incómoda”. “Tenemos que disuadirles y hacerles entender que necesitan la ayuda de un psicólogo. Muchas veces no lo entienden o se llegan a enfadar. Son pacientes que nunca están contentos y te dan más disgustos que alegrías”, confiesa, y detalla un perfil habitual: “Es el llamado ‘Simón’: paciente soltero, inmaduro, masculino, con expectativas excesivas y narcisista”.
El problema no es un primer retoque, sino el segundo; entrar en un círculo de “insatisfacción absoluta”, aclara el psicoterapeuta Jorge López Vallejo, experto en Terapia Breve Estratégica. “Para mantener la satisfacción tienen que seguir operándose, van apareciendo nuevos defectos y surge la frustración”. La belleza, recuerda, ya llevaba de cabeza a Cleopatra, pero “el abuso del quirófano” es cosa de hoy. “La dismorfofobia es una enfermedad posmoderna que se está extendiendo, afecta a todas las franjas de edad, cada vez a más jóvenes, y se alarga hasta el final. Un ejemplo: la duquesa de Alba pocos días antes de su muerte se hizo un tratamiento facial. El caso más relevante sería el de Michael Jackson”.
El reconocido cirujano Ramón Vila-Rovira, que ha esculpido a muchos famosos, defiende, por el contrario, las bondades de un bisturí que nos hace “sentir mejor y ser más felices”. “¿Qué hay de malo en mejorar la imagen si tenemos el privilegio de poder hacerlo?”. Los casos patológicos, dice, son muy pocos y las alegrías, muchas, y cuenta entre estas la de una señora frisando la tercera edad que “encontró el amor de su vida” tras pasar por sus manos. “Hay muchos separados que se operan porque tienen que volver a cotizar… ¿Qué problema hay en querer ser más atractivo?”.
Estudios internacionales revelan que entre el 3% y el 16% de los que acuden a un cirujano plástico padecen TDC. Para la doctora Soledad Humbert Escario, especialista en psiquiatría, lo que habría que mejorar es este mundo de “superficialidad, apariencia e inmediatez”. Un culto a la imagen, asociada a la felicidad, que ella incluye entre los desencadenantes de esa angustiante manía por el aspecto físico, además de la baja autoestima -que en edades tempranas está ligada a la autoimagen corporal-; la influencia de la familia y del entorno, y el modelo corporal de moda.
El ideal de belleza que nos llega a través de los medios de comunicación y de las redes sociales es “un modelo distorsionado y engañoso”, aporta la psicóloga Lourdes Alegret Morgades. “La presión de que cualquier físico puede cambiarse nos lleva a compararnos, acomplejarnos y pensar que podemos conseguir un objetivo de belleza irreal e inalcanzable”. En este sentido, la doctora Marga Serra, profesora del máster de nutrición y salud de la UOC, alerta del mal uso de la redes sociales que ha llevado a la proliferación del TDC y los trastornos alimentarios. “Para muchas chicas, la exhibición de un cuerpo delgado es motivo de éxito”. Copian modelos a seguir o ‘influencers’. “Muchas están construyendo su identidad digital a través de los ‘likes’ que recogen de sus amigos de las redes. Conclusión: alrededor de un 50% de las adolescentes no se gustan y quisieran estar más delgadas, aunque tengan un peso saludable”. La prevención, agrega, pasa por promover la autoestima, una imagen corporal positiva y educar en la aceptación del cuerpo.
La dismorfofobia y los casos más leves de preocupación excesiva por la imagen aparecen mayoritariamente en la adolescencia, pero ya se describen síntomas a los 12 o 13 años, informa la doctora Humbert. Los afectados presentan un “funcionamiento psicosocial alterado”. Aquellas personas con un inicio temprano tienen mayor riesgo de depresión, conductas suicidas o de presentar otro trastorno psíquico.
Esta patología se asocia con frecuencia a la depresión, la fobia social y el trastorno obsesivo-compulsivo. “La ansiedad o el miedo en las interacciones sociales les lleva al aislamiento, tienen miedo a ser juzgados”, indica Alegret, que enumera algunos rasgos comunes mayoritarios: necesidad de aprobación, inseguridad, baja autoestima, alta sensibilidad a la crítica, tendencia obsesiva, ansiedad, perfeccionismo, fobia social y timidez.
Estudios de prevalencia de dismorfofobia en EEUU sitúan la tasa en un 2,4% de la población adulta, siendo discretamente mayor en las mujeres. Los análisis europeos reflejan cifras algo menores (1,8% en Alemania). Se estima que en EEUU más del 10% de los pacientes dermatológicos sufren TDC; el 8% de los que acuden a cirugía estética y el 10% de los que requieren cirugía oral o maxilofacial.
Al margen de la enfermedad psíquica, la doctora Humbert lanza otro debate: “¿Deberíamos aceptarnos como somos o es legítimo querer cambiar mi nariz y lo que sea si me desagrada? ¿Es ‘patológico’ este deseo?”.
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