Hasta la derrota y el fin del Tercer Reich, Brunhilde Pomsel trabajó siendo una de las secretarias de Joseph Goebbels, el poderoso ministro de Propaganda del régimen de Adolf Hitler. A sus 106 años, la última superviviente del círculo más íntimo de la cúpula nazi falleció el pasado 27 de enero en el hogar de jubilados cerca de Múnich en el que residía. Su muerte, irónicamente en el mismo día que se celebra el aniversario del Holocausto, ha dejado abierto un controvertido debate sobre una culpabilidad por ser cómplice de un exterminio que ella negó hasta su último aliento. “Sé que nadie nos cree ahora. Todo el mundo piensa que lo sabíamos todo, pero no sabíamos nada, todo fue orquestado en secreto”, confesó.
A pesar de trabajar codo con codo con el influyente dirigente nacionalsocialista, Pomsel reiteró durante toda su vida desconocer los planes del Holocausto que llevaron al exterminio de hasta seis millones de judíos. Tras años pasando relativamente desapercibida, esta anciana volvió a la primera plana después de que el Festival de Cine de Múnich acogiese el año pasado el estreno de ‘Una vida alemana’, un documental-entrevista en el que rompía sus silencio para contar su inocencia. “Lo único que hice fue escribir para Goebbels”, aseguró.
Nacida en Berlín en 1911, Pomsel fue conocida por sus habilidades mecanógrafas. En su juventud trabajó para un abogado judío así como para un nacionalista alemán de derechas. En 1933 se unió al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) y se ganó una plaza en el departamento de noticias del Reich hasta que en 1942 pasó a la oficina de Goebbels. “Estaba halagada porque me premiaron por ser la mecanógrafa más rápida de la central de radio”, explicó. Allí, como mostró el polémico documental, fue testimonio de las entrañas del aparato nazi y se convirtió en una de las mujeres que convivió más de cerca con uno de los peores criminales de la historia moderna, a quien describió como a un hombre de “rostro caballeroso” y “un poco arrogante”, que vestía “trajes de la mejor tela” y que “probablemente se hacía la manicura todos los días”.
Pomsel trabajó gestionando las cifras de soldados muertos durante la guerra así como exagerando el número de mujeres violadas por el Ejército rojo soviético. En ‘Una vida alemana’ confesó su oportunismo por haber vivido dentro de una burbuja que le daba trabajo y prosperidad, inconsciente del terror y destrucción sembrado por los nazis que se llevó por delante a amigos suyos judíos de los que no supo nada más. “No pude resistirme. Fui demasiado cobarde […] ahora la gente dice que habrían hecho más por los pobres judíos pero no habrían podido hacer nada, todo el país era como un gran campo de concentración”, confesó, recordando la ‘banalidad del mal’ acuñada por la teórica política alemana Hannah Arendt para describir cómo los humanos pueden llegar a aceptar las reglas de un sistema malvado sin cuestionarse sus actos.
Tras la derrota nazi en 1945, Pomsel fue capturada por los soviéticos y condenada a cinco años de prisión. En 1950 volvió a la calle y fue contratada para trabajar en la radio alemana, donde siguió ejerciendo de mecanógrafa hasta que se retiró en 1971. No fue hasta su centenario, el 2011, que decidió confesarse ante una cámara.
En ese documental, un año antes de fallecer, Pomsel lanzó una advertencia al futuro sobre el rumbo que han tomado las democracias occidentales. “En los pocos días que me queda solo tengo la esperanza que el mundo no vuelva a ponerse patas arriba como pasó entonces aunque ya han ocurrido algunos acontecimientos horribles. Me alivia nunca haber tenido hijos por los que preocuparme”.
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