Las dos agresiones racistas que en menos de 24 horas han conmovido a la ciudadanía italiana son el triste e inquietante síntoma del clima de odio que se está abriendo paso en una sociedad tradicionalmente abierta y tolerante. Desde la llegada al poder de la ultraderechista Liga, aliada con los populistas de izquierda del Movimiento 5 estrellas, las conductas violentas y xenófobas están empezando a ser bien vistas por quienes se empeñan en presentar a los inmigrantes como el origen de todos los problemas sociales y políticos.
Desde la consolidación de los fascismos durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial, Europa no había vivido una situación de intolerancia racial tan alarmante. Y preocupa constatar que este ambiente está promovido e instigado desde el propio Gobierno, cuyo vicepresidente y ministro del Interior, Matteo Salvini, se felicitaba ayer de que 108 africanos rescatados en alta mar hayan sido devueltos a Libia antes de pisar suelo italiano, contraviniendo el Derecho Internacional. Europa no puede seguir tolerando la actitud violenta de un socio comunitario que no hace sino socavar los valores sobre los que se levantó el proyecto europeo. Porque como demuestra la Historia, el odio cruza las fronteras con más rapidez de lo esperado si no se actúa con responsabilidad. Pero esto obliga también a los dignatarios europeos a no descuidar la seguridad en una zona sometida a la amenaza del terrorismo yihadista, que a veces puede infiltrarse entre los grupos de inmigrantes.
Es lamentable, por otra parte, que Donald Trump aliente políticas racistas como la italiana, felicitando al primer ministro Giuseppe Conte por la “gestión dura de las fronteras”. La crisis migratoria no puede solventarse como pretende Trump expulsando a refugiados e inmigrantes y tratando como “carne humana”, en palabras de Salvini, a quienes pretenden instalarse en Europa huyendo de la miseria y de la tragedia de la guerra. La UE tiene la obligación de coordinar una política eficaz a la vez que respetuosa con los derechos humanos y que acabe con los traficantes de personas.
Y esa responsabilidad también incumbe a nuestro país, cuya frontera es ya la más permeable del continente. El Gobierno, que ha reconocido que la situación es de “emergencia” nacional, debe abandonar las políticas efectistas que provocan un pernicioso efecto llamada y trabajar por la unidad y no la división con los principales partidos. En este sentido, el insulto que supone comparar a Casado y a Rivera con Salvini, como ha hecho la vicepresidenta Carmen Calvo, no hace sino actuar en sentido contrario al necesario. No puede hacerse demagogia con una cuestión en la que se juega la estabilidad y la seguridad del Estado y de todos los españoles.
efe
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