Washington toma represalias contra Ankara por mantener preso a un pastor estadounidense.
Las tensas relaciones entre Washington y Ankara se han enturbiado más por el caso de Andrew Brunson, el pastor estadounidense preso en Turquía bajo cargos de espionaje y vínculos terroristas. El Gobierno de Donald Trump venía exigiendo su liberación hace meses y el miércoles intensificó la presión con sanciones a altos cargos del Ejecutivo de Recep Tayyip Erdogan. La lira turca se depreció un 3% al conocerse la noticia y en lo que va de año ha perdido más de un tercio de su valor. El principal índice de la Bolsa de Estambul abrió la sesión del jueves con pérdidas del 2%.
El ministro de Justicia, Abdulhamit Gul, y el del Interior, Suleyman Solu, han sido castigados por el Departamento del Tesoro de EE UU por orden directa de Trump, según la Casa Blanca. Se congelará cualquier propiedad o activo que tengan en EE UU y no podrán hacer negocios con sus ciudadanos. Los ministros afectados reaccionaron asegurando que la medida no les afecta porque no tienen bienes de ningún tipo en EE UU. La cancillería turca calificó las sanciones de “intervención irrespetuosa” y aseguró que la “agresiva actitud” de Washington será “respondida sin demora”.
Trump quiere a Brunson libre cuanto antes y Turquía le está haciendo esperar. Ya en abril el presidente protestaba en su cuenta de Twitter porque el pastor estuviese “perseguido en Turquía sin razón”, y agregaba esta extraña frase: “Dicen que es un espía. Pero yo soy más espía que él”. Hace dos semanas recuperaba el tema con otro tuit en el que afirmaba que la postura de Ankara era “una desgracia” y enseñaba los dientes a Erdogan diciendo que Brunson llevaba ya “demasiado tiempo como rehén”. El jueves pasado advertía de las sanciones por venir y hablaba del pastor como “un cristiano formidable, hombre de familia y maravilloso ser humano”. Washington enfoca el tema como una “persecución religiosa”, en palabras del vicepresidente Mike Pence, de fe protestante como Brunson y como millones de conservadores cristianos que son una base electoral clave para Trump.
Para Turquía, el pastor estadounidense es un conspirador peligroso. Fue detenido en octubre de 2016 y se le acusa de haber participado en el golpe de Estado fallido del verano de aquel año, al servicio del clérigo musulmán Fetulá Gülen, que según Ankara orquestó la revuelta. Además, se le imputan vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), grupo considerado terrorista por Turquía. Gülen vive exiliado en Pensilvania (EE UU) y el Gobierno de Erdogan ha reclamado sin éxito su extradición.
En 2017 el presidente turco ligaba el futuro de Brunson al de Gülen, como un quid pro quo: “Hemos ofrecido todos los documentos para la extradición de Gülen y, sin embargo, ellos nos piden al pastor. Tienen otro pastor en sus manos. Dadnos al pastor y dejaremos que este se vaya”.
La semana pasada Trump habló por teléfono con Erdogan y le pidió que soltara a Brunson. Según afirma The New York Times citando una fuente anónima de la Administración, Trump se quedó convencido de que había llegado a un acuerdo con su par turco para que dejase en libertad a Brunson a cambio de que Israel excarcelase a una turca acusada de financiar al palestino Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás). A la postre, ella salió de prisión pero no así Brunson. Trump se sintió estafado por Erdogan.
Pese a las sanciones de EE UU, los canales diplomáticos siguen abiertos. “Estamos negociando con nuestros colegas de EE UU y de momento el ambiente es positivo”, ha explicado una fuente de Exteriores turca citada por el diario Habertürk. Pero la relación entre estas dos naciones aliadas de la OTAN no tocaba tal fondo desde que en 1974 Washington impuso un embargo de armas a Turquía por su invasión de Chipre y por su vuelta al cultivo de adormidera. Ankara es clave geopolíticamente para EE UU y un socio imprescindible en la lucha contra el Estado Islámico. Sin embargo su cercanía con Rusia y sus oscuridades en materia de derechos humanos escaman a Washington. Turquía, por su parte, no acepta la protección de EE UU a Gülen ni su apoyo a las milicias kurdas en Siria.
El pastor afronta una condena de hasta 35 años de cárcel. Brunson, de 50 años y natural de Carolina del Sur, casado y con tres hijos, lleva viviendo en Turquía más de dos décadas. En el pasado dirigió una iglesia protestante en Esmirna (Mar Egeo). Ha rechazado las acusaciones y su abogado sostiene que los cargos contra él se apoyan en testimonios infundandos. En julio fue trasladado de prisión a arresto domiciliario por motivos de salud, según el Gobierno turco. Su próxima cita judicial es el 12 de octubre. El pastor es una pieza en un juego diplomático mayor y su destino dependerá de la crisis entre Trump y Erdogan.
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