La grieta ideológica y la tensión racial que surcan a Estados Unidos pisaron las calles de Washington y los alrededores de la Casa Blanca, crispando los ánimos y forzando un atípico despliegue policial que quebró con la monotonía de un domingo parco de verano, y recordó las divisiones que azotan al país en la era de Donald Trump.
El Parque Lafayette, frente a la residencia oficial, amaneció vallado de punta a punta y partido a la mitad, atestado de policías y agentes del servicio secreto preparados para un día de furia con dos manifestaciones antagónicas: de un lado, un acto de la ultraderecha convocado por un líder supremacista blanco, Jason Kessler; del otro, una contraprotesta progresista con organizaciones vinculadas al movimiento Black Lives Matter, opositores a Trump y Antifa, un grupo de extrema izquierda.
Las dos protestas marcaron el aniversario de la violencia que signó a la última gran manifestación del supremacismo blanco en Estados Unidos, en Charlottesville, Virginia, hace un año, que también tuvo su contraprotesta. A los incidentes se sumó la muerte de una mujer, Heather Heyer, arrollada por un auto. Trump condenó la “violencia de los dos lados”, y desató una ola de repudio.
“Los disturbios en Charlottesville hace un año causaron muerte y división sin sentido. Debemos unirnos como una nación. Condeno todos los tipos de racismo y actos de violencia. ¡Paz a todos los norteamericanos!”, dijo el presidente en Twitter, en la víspera de las manifestaciones.
Pero, esta vez, no hubo disturbios, y la ultraderecha se quedó en su casa: el acto de Kessler -una figura que no tiene un fuerte respaldo en los rincones del nacionalismo más extremo- convocó a más periodistas que manifestantes. Kessler brindó un discurso escuchado por un puñado de personas, muchos de ellos con credenciales de prensa colgando del cuello.
“Este es el comienzo de un movimiento”, dijo, al finalizar.
A unos metros, del otro lado del parque, detrás de las vallas y de los policías a pie y a caballo, unas dos mil personas ponían el grito en el cielo, y condenaban el racismo, el KKK -en referencia al Ku Klux Klan-, el fascismo y la presidencia de Trump, quien estaba en su resort en Bedminster, Nueva Jersey, de vacaciones.
“No estoy decepcionado”, dijo Kessler, ante una pregunta de LA NACION sobre la baja concurrencia de público. “Hicimos una manifestación pacífica y defendimos la libertad de expresión. Y después de la violencia que ocurrió el año pasado, la gente estaba justamente asustada de salir. Tenían miedo de que fueran atacados por multitudes de personas. No me importa la participación. Ya sea que tenga 15 personas o 15 millones, en Estados Unidos respetamos los derechos de libertad de expresión”, indicó.
Contraprotesta
La contraprotesta, mucho más multitudinaria, contó con tres grupos bien definidos. Muchos manifestantes no tenían una afiliación con un movimiento, y solo habían ido hasta el Parque Lafayette a protestar contra el racismo o contra Trump, a quien muchos le achacan haber envalentonado el racismo y el supremacismo. Otros manifestantes vestían remeras o llevaban cárteles que los vinculaban al movimiento Black Lives Matter, surgido hace unos años para protestar por la brutalidad policial contra los afroamericanos.
El último grupo presente, Antifa, era el más extremista de todos: sus partidarios iban vestidos de negro, con la cara cubierta y gorras, capuchas o cascos de bicicletas. Marcharon por los alrededores de la Casa Blanca detrás de dos cárteles que decían: “Sin Odio” y “Sin Miedo”, y un grito: “¡Antifascistas!” No querían dar nombres, y varios trataron de esquivar las fotos y a la prensa, a veces a los empujones.
“Queremos a los nazis fuera de nuestras calles”, dijo una mujer, cuando LA NACION preguntó por qué marchaban. No dio su nombre, por temor a que el “Estado fascista” la identificara.
El resto de la gente se quedó parada en un rincón del Parque Lafayette, detrás de las vallas, frente al descampado que dejó el acto de Kessler. Hubo jóvenes, adultos, ancianos y familias enteras, una de ellas con un bebé que recién daba sus primeros pasos y llevaba un enterito con la leyenda “Black Lives Matter”. Un cartel se repetía: “NO Nazis, NO KKK, NO América fascista”.
“Vine a decirle a Trump, a la derecha y al mundo que no todos nosotros tenemos miedo a los inmigrantes. La mayoría nos damos cuenta de que este es un país de inmigrantes, y nuestra sociedad ha cambiado desde el principio”, apuntó Dianne, una jubilada de 64 años, que no quiso dar su apellido. “No creo que sus valores sean patrióticos -agregó, en referencia a la ultraderecha-. Vengo a decirles que no estamos de acuerdo con ellos”.
Algunos afrontaban la protesta con una actitud más dramática. “Tenemos que defender nuestras vidas”, dijo Mónica, una joven de 24 años, que tampoco quiso dar su nombre completo. “No tenemos alternativa. El Estado está con los fascistas y los supremacistas blancos”, disparó.
Otros preferían un mensaje más pacífico. “Elijo creer que Dios hizo a todos diferentes. Diferentes razas, diferentes lenguajes”, dijo Harold Thornton, y agregó: “Nadie es mejor que otro. Yo voy a defender lo que creo: en la raza humana”.
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