Jeff Sessions presenta su dimisión a petición del presidente un día después de las elecciones legislativas.
Donald Trump ha liquidado al fiscal general de EE UU, Jeff Sessions, tras una larga batalla, pública y frontal, por su papel en la investigación de la trama rusa, que explora la injerencia del Kremlin en las elecciones presidenciales de 2016 y trata de esclarecer si hubo connivencia del entorno del presidente en dicha estratagema y un posible delito de obstrucción a la justicia. El cese del máximo responsable del Departamento de Justicia por una trifulca relacionada con una investigación que afecta directamente al presidente crea una imagen de interferencia muy dañina para la Administración republicana. Por eso no es extraño que la bomba, muchas veces esperada, haya estallado después de las elecciones legislativas. Lo chocante es que se haya producido apenas unas horas después del cierre de las urnas.
Trump anunció el adiós de Sessions este miércoles a primera hora de la tarde a través de su cuenta de Twitter sin aportar detalles. Acto seguido, trascendió la carta de renuncia de Sessions dirigida al presidente, en la que dejaba claro que presentaba su dimisión “a petición suya”. Tras ganar las elecciones, el magnate neoyorquino escogió al senador de Alabama, de 71 años y unas credenciales ultraconservadoras, como su fiscal general. Se trataba de un gesto de confianza a uno de los republicanos que primero le habían apoyado. El idilio duró poco. En marzo de 2017 Sessions se recusó de la investigación de la trama rusa porque trascendió que, durante la campaña electoral, mantuvo un encuentro con el entonces embajador ruso en Washington, Serguéi Kislyak, y no había informado de ello al Senado. Esa inhibición dio lugar a que, pocos meses después, el caso acabase en manos de un fiscal especial, Robert S. Mueller, con fama de implacable e independiente, que lleva más de un año creando quebraderos de cabeza a Trump.
El motivo es que, tras la recusación de Sessions, el número dos del Departamento de Justicia, Rod Rosenstein, se convirtió en el máximo responsable de la investigación. La situación dio un giro completo en mayo, cuando el presidente decidió otro cese infrecuente y también sumamente controvertido, el del director del FBI, James Comey, a quien también había criticado por su investigación de la trama rusa. Rosenstein, para proteger la credibilidad de estas pesquisas, decidió entonces nombrar al fiscal especial Mueller.
Desde entonces, Trump atacó a Sessions públicamente y sin complejos. Una de las críticas más recientes tuvo lugar a finales de agosto, cuando en una entrevista en la cadena conservadora Fox se despachó así: “Puse a un fiscal general que nunca tomó control del Departamento de Justicia, lo que parece una cosa increíble”, dijo. “Aceptó el trabajo y luego dijo: ‘Me voy a recursar a mí mismo’. ¿Qué clase de hombre hace esto?”, se preguntó el mandatario.
Hay consecuencias inmediatas y cruciales tras este cese: la investigación a manos de Mueller, ya no depende de Rosenstein, con quien Trump también ha tenido trifulcas, sino que pasa a manos del fiscal general interino que sustituye a Sessions, Matthew G. Whitaker, un fiscal de la era Bush hijo que resulta ser un gran detractor de la investigación del fiscal general. En un artículo de agosto de 2017, Whitaker advirtió de que el caso estaba yendo demasiado lejos y que, si la investigación entraba en las finanzas personales del presidente, podía tratarse de una “mera caza de brujas”, la misma expresión que Trump ha usado muchas veces para referirse al Rusiagate.
Desaparecido Sessions de escena, Whitaker está al mando. La noticia tiene lugar al día siguiente de que los demócratas hayan ganado las elecciones en la Cámara de Representantes y, con ello, a partir de enero tiene los votos necesarios para investigar al presidente o impulsar un proceso de destitución si creen que haya presuntos delitos por la trama rusa.
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