El presidente de Argelia, que dimitió forzado por la calle y el Ejército tras 20 años en el poder, dirige su “última carta” a los argelinos.
Abdelaziz Buteflika, el presidente de Argelia que dimitió el martes, forzado por la calle y el Ejército, ha dirigido este miércoles a los argelinos su “ultima carta” a través de la agencia oficial APS. Buteflika se excusa por “todo incumplimiento” cometido contra los argelinos, aunque sostiene haber sido “sincero” y afirma haber servido a su país durante 20 años “de pleno grado”. Buteflika señala en la misiva, escrita en árabe y traducida después al francés: “A partir de hoy soy un simple ciudadano, pero eso no impide que yo esté orgulloso de que Argelia haya iniciado el siglo XXI en una situación mejor y que yo me felicite por los progresos notables realizados en todos los dominios a favor del pueblo argelino”.
El estilo de la carta es alambicado y extremadamente cuidado para una persona de 82 años que apenas puede articular una palabra y que a duras penas sostiene entre sus manos la carta de su dimisión, el pasado martes. Esta última misiva comienza así: “Al dejar mis funciones, no puedo terminar mi carrera presidencial sin dirigiros un último mensaje, para no dejar la escena política nacional con una separación que me privaría de pedir perdón a esos que, entre los hijos de mi patria, a los que yo habría, sin querer, faltado a mi deber a pesar de mi profunda dedicación al servicio de todos los argelinos y argelinas, sin distinción ni exclusiva”.
“Argelia tendrá pronto un nuevo presidente y yo ruego a Alá para que guíe sus pasos”, señala. Buteflika dice estar confiado en un futuro de “progreso y prosperidad”. Y pide: “una atención particular, es mi deseo, a los jóvenes y a las mujeres para permitirles acceder a las funciones políticas, parlamentarias y administrativas”.
En la extensa misiva, de 900 palabras, Buteflika menciona en dos ocasiones la palabra “perdón”. Una al inicio y otra al final: “Yo he consagrado estos 20 años a vuestro servicio y Dios es testigo de mi sinceridad y mi lealtad. Nada es eterno jamás en la vida. Yo dejo la escena política sin tristeza ni miedo por el futuro de nuestro país (…) El error es humano y yo os pido perdón por todo incumplimiento, por una palabra o un gesto”. Exhorta finalmente a los argelinos a permanecer unidos.
En realidad, Buteflika fue durante muy poco tiempo de su vida “un simple ciudadano”, como lo es a partir de ahora. Nació en 1937 en la ciudad marroquí de Uchda, a cinco kilómetros de la frontera con Argelia. Fue el segundo hijo de un total de cinco hermanos, una hermana y tres hermanastras. Cuando comenzó la guerra de la independencia tenía 17 años. En 1956, con 19 años, cruzó la frontera desde Marruecos para unirse al Ejército Nacional Popular contra Francia. Al terminar el conflicto, con solo 25 años, fue nombrado ministro de Juventud, Deportes y Turismo. A partir de ahí se bajó pocas veces de los coches oficiales. Con 26 años se convirtió en el ministro de Exteriores más joven del mundo y permaneció en el cargo 15 años.
Cultivó una imagen de dandy seductor. Y se fue haciendo un maestro en el arte de debilitar a sus rivales. Pero cuando murió su mentor político, el presidente Huari Bumedian (1965-1978) y llegó al poder el coronel Chadli Bendjedid (1979-1992), lo fueron relegando a cargos menores hasta que en 1981 el Tribunal de Cuentas del Estado le acusó de malversación de fondos. Buteflika captó el mensaje y en 1983 inició un exilio por Emiratos Árabes Unidos, Francia y Suiza, para regresar al país en 1990, con 53 años.
Argelia se estaba metiendo entonces en lo que se conocería como su década negra. El Ejército, apoyado por Occidente, perpetró un golpe de Estado en enero de 1992 para impedir que el Frente Islámico de Salvación (FIS) ganase la segunda vuelta de las legislativas de ese año. El golpe ocasionó una guerra civil con más de 150.000 muertos. Buteflika supo mantenerse en esa década alejado de las altas esferas del poder.
Los militares que tenían ganas de lavar su imagen, echaron mano de Buteflika para las presidenciales de 1999. Se presentó a las elecciones como independiente, pero dependía mucho de los militares. Sobre todo, de Mohamed Lamari, el jefe del Estado Mayor y de Mohamed Mediene, el general al mando de los todopoderosos servicios secretos (los DRS, por sus siglas en francés), un Estado dentro de otro Estado.
Buteflika llegó advirtiendo que él no estaba dispuesto a ser un “presidente tres cuartos”. Así que en 2004 jubiló a Mohamed Lamari, y colocó en su lugar al general Ahmed Gaid Salah. Este general lo apoyó cuando propuso reformar la Constitución en 2008 para presentarse a un tercer mandato. Pero la figura de Mediene, a quien se conoce en Argelia como Tawfik, o como el Hacedor de Reyes, pesaba demasiado. Mediene era el hombre que sabía todo de casi todo el mundo y casi nadie conocía apenas su imagen. Hasta que Gaid Salah y Buteflika lograron deshacerse de él y trasladarlo a la reserva el domingo, 13 de septiembre de 2015. Ese día, salió una foto del Hacedor de Reyes en un periódico argelino, una foto que parecía el trofeo de caza de los Buteflika y Gaid Salah.
Una vez eliminado el Hacedor de Reyes, ¿quién mandaba realmente en Argelia? Esa pregunta se volvía cada vez más recurrente. El tiempo avanzaba hacia abril de 2019, fecha prevista para celebrar las presidenciales en Argelia, y los clanes no terminaban de ponerse de acuerdo sobre a qué candidato presentar ante el pueblo. Finalmente, después de varios meses de incertidumbre, el domingo 10 de febrero Abdelaziz Buteflika anunció su candidatura mediante una carta. Parecía que el pueblo estaba adormecido, que soportaría cualquier propuesta. Pero los ciudadanos tomaron esa candidatura como una humillación. El 22 de febrero decenas de miles de argelinos rompieron el muro del miedo para echarse a las calles y pedir la renuncia al quinto mandato.
El general Gaid Salah y la cohorte de altos cargos del régimen emplearon el espantapájaros de las guerras de Siria y de Libia para explicar lo contraproducente que es salir a las calles y romper la estabilidad. Pero la gente continuó saliendo. Y Gaid Salah siguió apoyando a Buteflika hasta que dejó de hacerlo el martes 26 de marzo, cuando pidió su inhabilitación a través del artículo 102 de la Constitución. Los Buteflika se resistieron, pero solo una semana. Siete días es todo lo que aguantaron el pulso al jefe del Ejército hasta que Buteflika presentó este martes su carta de dimisión ante el presidente del Consejo Constitucional. Buteflika, que no quería ser un presidente tres cuartos pasó los seis últimos años como un presidente fantasma. Y las últimas seis semanas de su “reinado”, como una marioneta humillada por la calle y el Ejército, hasta escurrirse por una puerta pequeña de la historia.
Buteflika reclama los logros que le pertenecen. Y entre esos logros habrá que destacar sus esfuerzos por instaurar la paz en el país con un plan de reinserción para terroristas que sometió a referéndum en 2005 y fue aprobado por el 97% de los argelinos y una participación del 82,04%. Pero a cambio, sus críticos le reprochan que instauró la corrupción, se fue haciendo cada vez más autoritario, desaprovechó el maná del gas y el petróleo y no supo crear fuentes alternativas de riqueza. Todo eso provocó que miles de jóvenes arriesgasen sus vidas en el Mediterráneo para marcharse a Europa sin papeles.
Buteflika pide perdón en su última carta. Pero los argelinos no saben hasta qué punto él es consciente de lo que dice o no lo es. Deja, como herencia un país sin instituciones fiables. La calle desconfía de los dirigentes del Gobierno, de la oposición, de los jueces que tanto han servido al poder, del partido mayoritario y del jefe del Ejército, Ahmed Gaid Salah, que ha permanecido al lado de Buteflika durante 15 años, refrendando todas las elecciones fraudulentas que Buteflika ganó.
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