Tiene unos 150 metros de longitud, 104 de altura y una estructura métálica en forma de arco. No se apoyará en ningún muro o pared del edificio en cuyo interior se encuentra el núcleo dañado. El interior estará cubierto de policarbonato, material que impedirá que se concentren partículas radioactivas. Se trata del denominado Nuevo Sarcófago Seguro (NSS), que cubrirá durante el próximo siglo el reactor número 4 de la central atómica de Chernóbil, que el 26 de abril de 1986, hace ya casi tres décadas, hizo explosión, liberando a la atmósfera en los días siguientes enormes cantidades de partículas radioactivas que contaminaron amplias zonas de Bielorrusia, Ucrania y Rusia, llegándose a extender por gran parte del continente europeo.
“El nuevo ataúd protege el sarcófago (actual) que contiene una gran cantidad de residuos radioactivos y tóxicos”, ha declarado a la cadena Euronews Volodomyr Verbitski, ingeniero del emplazamiento. Se trata, a fin de cuentas, de dotar al reactor nuclear dañado de una cobertura que garantice su seguridad medioambiental y reduzca la corrosión que en tres décadas ha experimentado el sarcófago actual, construido a toda prisa y de forma urgente en los meses posteriores a la explosión, gracias al sacrificio de unos trabajadores (liquidadores, en el argot ruso) expuestos a altísimas dosis de radiación. Además, mitigará, en caso de derrumbe de la cobertura actual, sus posibles consecuencias perniciosas, al tiempo que permitirá, mediante equipos de control remoto, la demolición de sus estructuras inestables, como es en la actualidad el techo.
El coste del NSS está a la altura de la envergadura del proyecto. Solo la gigantesca estructura metálica cuesta unos 1.500 millones de euros, mientras que el proyecto total asciende a 2.150 millones de euros, aportados por varios donantes y gestionados por el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD). En su construcción trabajan especialistas de 24 países, además de Ucrania, y está siendo levantado a unos 180 metros de la central, a donde se deslizará mediante raíles.
Han pasado tres décadas desde la fatídica madrugada del 26 de abril de 1986, cuando el fatídico reactor 4 experimentó un incremento catástrofico de la potencia, lo que produjo una serie de explosiones en el núcleo. Sin embargo, los niveles de radioactividad en un radio de 30 kilómetros alrededor de la central siguen siendo superiores a los autorizados. “No será seguro vivir en esta zona hasta que transcurran unos 300 años, diez veces el periodo de semidesintegración de los residuos de alta y media actividad”, recuerda Verbitski.
Ello no impide que algunos habitantes evacuados hayan regresado a sus hogares abandonados, cansados de vivir en barrios pobres, repletos de heroinómanos y edificios paupérrimos de las grandes ciudades a donde fueron evacuados. Tal es el caso de Maria Lobzin, de 69 años -una edad que se considera ya muy avanzada para una mujer criada en una zona rural de Ucrania- que cría patos, ocas y pollos y cultiva tomates dentro de la zona de exclusión. “Vivir allí era como esperar a la muerte”, relató a la agencia Reuters. “No hay radiación aquí; no tengo miedo de nada; cuando me llegue el momento de morir, no será debido a la radiación”, explica.
Dado que decenas de generaciones venideras en Ucrania, Rusia y Bielorrusia deberán gestionar las consecuencias del desastre y la contaminación provocada por la catástrofe de Chernóbil, las instituciones internacionales se han movilizado para hallar un uso a un vasto espacio de terreno inhabilitado para ser habitado o explotado. “El área de exclusión no quedará libre de residuos nucleares porque la intención es utilizar esta zona para instalar el almacén de residuos nucleares, así que habrá un centro permanente de tratamiento de estos residuos”, declaró, también a la cadena Euronews, Vince Novak, director del Departamento de Seguridad Nuclear del BERD.
Según un estudio de la Universidad de Georgia recogido por Efe, las poblaciones de fauna silvestre en torno a la central nuclear abundan, convirtiéndose la zona en una suerte de parque natural ‘de facto’, lo que les expone potencialmente al peligro de recibir contaminación, no solo de las presas que devoran, sino del aire, el suelo y las plantas. En concreto, los científicos estadounidenses avistaron 14 especies de mamíferos, incluyendo el zorro rojo, el jabalí euroasiático, el perro mapache y el lobo gris. “Los carnívoros están a menudo en los niveles tróficos de la cadena alimentaria, por lo que son susceptibles a la acumulación de biocontaminantes”, explicó a la agencia española Sarah Webster.
Los efectos de la contaminación se sienten aún en la salud de los habitantes de la zona, tres décadas después del accidente. Los doctores en Ucrania y Bielorrusia siguen diagnosticando cáncer de tiroides en niños, provocado por el yodo diseminado a la atmósfera, un isótopo volátil que la glándula absorbe en grandes cantidades. Se estima que se han diagnosticado entre 6.000 y 7.000 cánceres de este tipo entre los niños menores de 19 años viviendo en la zona de radiación. Otros problemas sanitarios derivados del accidente consisten en casos de cataratas oculares, cánceres de estómago, pulmones, recto, pecho y linfático. En el capítulo de la salud psicológica, un informe de Greenpeace realizado en el 2012 halló el doble de casos de estrés postraumático entre los liquidadores y la población adulta de la zona.
El periodico
Home / Problemas e Investigaciones / Un nuevo sarcófago sellará durante un siglo el reactor número 4 de Chernóbil
Tags internacional