Lo advirtió John Brennan, director de la CIA, durante una reciente comparecencia ante el comité de Inteligencia del Senado de EEUU: “Pese a nuestros progresos contra ISIS en el campo de batalla y en el ámbito financiero, nuestros esfuerzos no han reducido la capacidad terrorista del grupo”. Acto seguido, el jefe del espionaje norteamericano lanzó, en la Cámara alta de su país, un inquietante augurio para los meses venideros: “A medida que la presión se incremente sobre el ISIS, consideramos que intensificará su campaña de terror global para mantener su hegemonía”.
La semana que acaba de terminar parece haber hecho buenas las predicciones de Brennan. Turquía acaba de sufrir el atentado más espectacular desde el inicio de la guerra siria, que además ha tenido lugar en un escenario emblemático: el aeropuerto Ataturk de Estambul uno de los más transitados del mundo -más de 42 millones de pasajeros pasaron por sus instalaciones en el 2015- y centro de conexiones de Turkish Airlines, una linea aérea global. Un total de 42 personas murieron y otros dos centenares resultaron heridas el martes después de que tres suicidas abrieran fuego contra los pasajeros e hicieran detonar sus cargas explosivas.
Tres días más tarde, Dacca, capital de Bangladés, un país de mayoría musulmana cuyas autoridades minimizan la presencia de Estado Islámico en su territorio, afrontó una toma de rehenes en un café de un barrio frecuentado por extranjeros, que inicialmente reivindicaron fuentes de ISIS. Un total de 20 civiles -entre ellos nueve italianos y siete japoneses-, seis asaltantes y dos policías perecieron durante el incidente. El Gobierno local sostiene que los atacantes pertenecían a Jamaat-ul-Mujahideen, un grupo extremista local no afiliado a ISIS. Sin embargo, el modo de actuar de los radicales armados, que separaron a los locales de los extranjeros, ensañándose con éstos últimos, y matando a golpes de cuchillo a quienes no supieran recitar el Corán, sí hace pensar que el ISIS fue, al menos, una ‘fuente de inspiración’.
Si en Bangladés existen versiones contradictorias, en Irak no hay duda alguna de que el autoproclamado califato se haya detrás del último atentado, el más sangriento desde comienzos de año, causado el sábado por el estallido de un coche bomba en una calle atestada de viandantes de Karrada, un barrio de mayoría chií de Bagdad. Al menos 125 personas murieron y otras 150 resultadon heridas.
Los expertos coinciden en que tanto el atentado en Turquía, como el ataque del sábado en Bagdad están directamente vinculados con el desarrollo de la guerra. Durante el último año y medio, Ankara ha intensificado su cooperación con EEUU para sellar la frontera común con Siria, frenar el trasiego de combatientes extremistas hacia el vecino país e impedir que las huestes de Abú Bakr al Bagdadi comercien desde territorio turco con el petróleo que extraen. Desde julio del 2015, los aviones estadounidenses que bombardean objetivos de EI en Siria tienen acceso a bases militares turcas. Todo ello ha llevado a EI a fijar su mirada en Turquía. “En el pasado, Turquía ha cerrado los ojos a las acciones de ISIS, y el país fue utilizado como punto de paso; eso ha cambiado ahora”, constata en Asharq Al Awsat, el comentarista Abdulrahman Al Rashid.
En Irak también el signo de la guerra se presenta desfavorable para ISIS. El 30 de mayo, tropas de élite iraquís, apoyadas desde el aire por la aviación estadounidense, iniciaron el asalto a Faluya, una población de mayoría suní a 70 kilómetros al oeste de Bagdad. La ciudad permanecía en manos de los ultrarradicales desde el 2014, y su caída constituye un duro golpe para la reputación del grupo, que basa su capacidad de reclutamiento en el aura de invencibilidad que ha proyectado desde que se expandió por Oriente Próximo hace dos años. Según el director de la CIA, el número de combatientes de ISIS en Siria e Irak ha pasado de 32.000 a 22.000.
Los expertos, no obstante, previenen ante la tentación de lanzar las campanas al vuelo. “Occidente no debe hacerse ilusiones de que ISIS será simplemente derrotado”, advierten Brian Michael Jenkins y Colin Clark, de Rand Corporation, un laboratorio de ideas que colabora con el Ejército de EEUU. “Más bien deben centrarse en frustrar el plan B del grupo”, insisten, que muy bien podría ser hacerse fuertes en Libia, donde cuentan con 5.000 hombres, pasar a tácticas de guerrilla o incrementar atentados.
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